DICIEMBRE

     

¿Os acordáis del Grinch? Esa especie que está entre monstruo y persona, con pelo verde y uñas feas que odia la Navidad. Pues así me siento yo en esta época del año, como un Grinch. Obviamente no por su pinta tremendamente asquerosa, sino por su gusto respecto a las navidades. Yo tampoco es que las deteste como él, pero no me atrae nada en ellas. Por lo menos por ahora, supongo que cuando sea una abuelita con nietos y esas cosas me gustará juntarlos a todos en mi casa para comer turrones y cantar canciones, y entonces me hará feliz que lleguen estos días. Como cuando era pequeña, que la vivía con muchísima ilusión, claro que entonces mi mayor problema era pensar que conjunto le podría poner a mi muñeca para ir a casa de Gemma.

Aunque al final, por mucho que diga, de tanto decorado, villancicos y alegría siempre acabo contagiada con un poco de ese espíritu.
Pero este año me es imposible no desear que llegue este momento ya que me escapo unos diez días a América para ver a Pol, mi hermano pequeño que desde hace tres meses vive con unos yankees por eso de aprender inglés. Tengo ganas de ver esa cara delgaducha con melena despeinada para que diga cosas sin sentido y me haga reír tanto que se me olviden todos los motivos que existen para que no me guste la Navidad.

Ahora verdaderamente lo necesito.